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El prototipo es la parte fácil
No estoy seguro de si podemos considerarnos una verdadera startup.
Si aceptamos la definición más popular —esa en la que dos o tres jóvenes compañeros universitarios trabajan sin descanso para construir un prototipo decente y atraer capital para arrancar la rueda—, entonces nosotros no lo somos.
Cuando creamos eEvidence no éramos tan jóvenes (yo rondaba los cuarenta), nunca estudié con mis cofundadores y, siendo sincero, nunca logramos convencer a inversores externos para financiar lo que hacemos (probablemente sea culpa mía).
Llevamos en el negocio desde 1997, centrados en servicios de seguridad en la nube para proteger las comunicaciones por correo electrónico. Pero en 2011, una sola pregunta cambió nuestro rumbo:
¿Sería posible generar evidencia digital robusta del contenido y la entrega de cualquier correo electrónico… sin que la otra parte lo supiera?
En menos de un año, toda la empresa estaba ya focalizada en ese proyecto. Había nacido eEvidence.com.
Cuando el código fluye
El proyecto eEvid no habría sido posible sin la profunda comprensión que habíamos adquirido sobre cómo funciona el correo electrónico. Teníamos los conocimientos, el equipo, una infraestructura escalable de centro de datos y una idea clara del método técnico.
El resultado: una base sólida sobre la que construir.
Una vez resuelta la teoría, crear el primer prototipo fue pan comido.
Desde la primera línea de código hasta el primer envío funcional, no pasaron más de dos semanas. Y funcionaba. Era genial.
Probamos la herramienta con algunos de nuestros clientes de confianza. La respuesta fue entusiasta: muchos entendieron de inmediato el valor del servicio y algunos aportaron sugerencias que terminaron siendo esenciales en el primer diseño comercial.
Obtener ese tipo de validación es tan prometedor como conseguir inversión: demuestra que lo que construyes resuelve algo real. Y con eso, pasamos del prototipo inicial al “prototipo final”.
El verdadero cuello de botella: ir global
Estábamos listos para lanzar antes de finales de 2012… o al menos eso creíamos.
Habíamos optado por un modelo freemium (ya hablaré de ello en otra entrega), pero el recurso más importante aún no estaba preparado: la capacidad de operar globalmente.
Salir al mundo significaba más que abrir el servicio al público. Debíamos garantizar que cualquier usuario, en cualquier país, pudiera registrarse, usar, pagar y recibir soporte sin fricciones. Eso implicaba crear flujos de trabajo internos, facturación automatizada, soporte y sistemas de información.
Nos llevó algunas semanas más de lo previsto, pero el 16 de enero de 2012 salimos oficialmente al mercado (go live). Curiosamente, el día en yo cumplía los 45. Menos de 48 horas después, enviamos nuestra primera factura a un cliente premium.
Ese fue el momento en que eEvidence dejó de ser un prototipo y se convirtió en un negocio real. Ese punto del product to market fit al que todo emprendedor aspira.
¿Fue el prototipo la clave?
¿Fue el prototipo la clave del éxito? En nuestro caso, no.
Sabíamos que lo que teníamos “en el papel” funcionaba técnicamente. Lo que no teníamos tan claro era si existía en el mercado una necesidad real y suficientemente amplia que nuestro producto resolviera. Esa respuesta nos la dieron nuestros primeros clientes beta.
El trabajo inicial de programación fue la base, sí, pero es como construir un motor perfecto: el verdadero desafío está en diseñar las carreteras, levantar la red de gasolineras y establecer la capacidad de cobrar peajes. Solo entonces descubres si la gente realmente necesita hacer el viaje.
Construir un prototipo es solo el comienzo. Hacer que funcione en el mundo real —para usuarios reales, con necesidades reales— es donde empieza la verdadera aventura.
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